EN UNA CAJA OSCURA
Rafael Flores Montenegro
UMBRAL
Tenía el pelo atado en dos coletas a los costados de la cabeza. ¿Qué había de su padre en el recuerdo? Ahora que iba a entrar al dormitorio a buscar la bufanda que le dejaba la cara como envuelta en un nidito; ahora que la sonrisa era más clara y los ojos verdes miraban con mirada y un fondo color como de paraísos en otoño con algunas hojas amarillas en gajos palitos negros. Algo que era tiempo que se arrugaba, negando a su vez la marcha en unos poquísimos coches que luego se confundieron con las caravanas de la ciudad. Esa gente que ella sabía del otro lado de las vías del ferrocarril, del otro lado de la casa donde papá tenía un kiosko para venta de cigarrillos, golosinas y perfumes al paso, horario las cuatro de la mañana a las veintiuna y el interminable desfile de obreros que bajaban de los trenes. Gente que esa vez vino a casa. Los otros hijos de puta, escribanos y abogados con quienes él se relacionaba aspirando a subir, a asomar la nariz en otro peldaño, desde la época en que vendía terrenos, ésos no vinieron.
Esta tarde irían al cine a la hora siete, las calles oscurecidas alumbradas de letreros de ómnibus en la esquina rumbo al centro otoño que se viene frío. Y salir de la casa de los viejos donde la estufa llena de intimidades la casa y olor a flores de florería, muebles, remotos olores ya. El marido dormía en la cama ancha; quería despertarlo para que se bañara y afeitara antes de salir, la película sería meterse en esos otros mundos de calles lejanas y gente que se muere con gestos cotidianos que parecen de golpe extraordinarios.
Sí, que a una la transportan de la mano sacándola a mundos fuera del frío y la opaca existencia que el tiempo tenga siempre las mismas cosas y una no sepa qué hacer cuando es domingo o noche después de la cena. Accionó el picaporte y la puerta giró. Leve. Estaba ahí puesto de costado, camiseta blanca y pulóver color oscuro. En su gruesa y maciza forma de hombre con el aire de lejanía e inocencia a la vez que da el dormir. La respiración fuerte como de animal enorme, tranquila, quizá; la cama siempre en el mismo lugar donde a la mañana cuando la madre se levantaba a hacerle el mate ella venía nenita de cortos años a abrazarlo de la cintura en ese calor que faltaba en la soledad del otro cuarto donde dormía con la hermana; tal vez un juego de luces y sombras que proyectaba la iluminación entrando por la puerta del comedor abierta. Tiempo arrugado que había dejado debajo los pliegues del presente, ocultos la ceremonia del velatorio con olor a flores de florería, gente desconocida del otro lado de las vías del ferrocarril y la pequeña fila de coches que se mezcló a las caravanas de la ciudad. Era él, su padre, papá querido, y ella ligada por tensos hilos un paso adentro de la pieza, sin poder moverse. Era él en esta horrible jugada de la memoria, papá querido si vos te habías muerto. Fue así hasta que pudo moverse y con manos miedosas sacudir al hombre dormido en la cama ancha, despertarlo para que fuera su marido. Despabiló una cara mansa, cariñosa como la que con toda su alma había deseado verle durante la siesta del día anterior.
Pero le dijo que por favor no, que ella quería ir al cine.
Rafael Flores Montenegro
“En una Caja Oscura”