Rafael Flores Montenegro
El Fin del Camino
La verdá es que yo no creo que este pueblo vuelva a ser. Sigún dicen en la parte nueva, allá en el bajo, que los muertos todavía andan por acá venteándose. Emperraos con los vivos. Cuentan que el chico de la finadita Paula no camina agachao porque haiga caído en la piedra; a eso lo inventaron p´arrejuntarse contra el mal. Dicen que son los muertos, que al que entra le pisan la cabeza, quebrándole el espinazo pal fin de sus días. Pobre chico travieso.
Por aura no se cuenta otra cosa, ni se conversa.
En aquel tiempo señor… si las piedras se lo pudieran decir… Me acuerdo que entraron y mandaron salir de sus casas a todo el mundo. Algunos del pueblo la maliciaron al ver soldaos y atrancaron las puertas. Pa más desgracia. Porque entonces, les prendían fuego a las maderas y los techos de paja. Afigúrese con las paredes de piedra, calentaba como un horno aquello; y no había quién apagara el incendio. Por esa calle que baja al mar como un río, iba la gente. Y un animal valía más que un hombre. Más valía una mujer. Pero era hasta que la usaban. Más que un hombre valía. Las creaturas menos… Las botaban con el pie como a pelotas. Lloraban despavoridas, un rato las oí. Luego se callaron, como enfriadas por el miedo. O la muerte. Aunque dicen que, al morir, les hacíamos fiesta. A los hombres que no murieron, los arrastraron pal mar. Allá iban los pobres por esa calle. En la punta habían puesto un barco. Piafaban pobrecitos, corriendo amontonaos. Yo no sé ni pa qué se los habrán llevao. Me parece que pueda haber sido pa que alimenten los pescaos. No sé qué otra cosa pueda ser.
Yo me salvé porque no dormía de noche; y de día me la pasaba soñando. Soñé que venían los soldaos y entre sueños agarré pal monte. Y entre unas ramas me hice la muerta; aunque la verdá, es que me soñé comadreja que se metía en el hueco de un tronco. Inverné allí yo. Hasta quedarme pálida de color, como de luna o de ceniza. Al tiempo volví a pintarme yo; de comer fruta se me puso en rojo la boca y los ojos. Por el lomo me creció un pelo gris claro con vetas negras. Y cola firme tenía para colgarme en los árboles de fruta durante la noche. Es lo único que comía yo, porque mataron a todos los pájaros. O el fuego los huyó. Comía fruta que es lo que me permitió vivir. Pero ellos no me vieron. Porque aunque me hubiera hecho la muerta en el pueblo, ni debajo de la cama me salvaba. Todo quedó quebrao, hasta las camas. Ya no sé pa qué lo habrán hecho. No sé.
A lo mejor pa hacer ese otro pueblo ahí abajo. Y que pa eso se haigan llevao las mujeres. Y que a mí no me haigan llevao porque anduviera en el monte y tuviera la fuente seca. Y ni siquiera fuese una creatura que pasan a mejor vida cuando mueren. Entonces yo me voy a quedar acá: pa maldecir al que venga. Y pa que sueñe con lo que le he contao hasta el fin de sus días.